Me encontraba caminando, a ver si encontraba alguna amiga, o que se yo, cualquier anhelo. No me desesperaba y caminaba con estilo, lanzando miradas a cada uno de los comensales; no les disgustaba mi presencia, pero tampoco les importaba, a menos que me hiciera notar.
Sangre en mi rostro. Me golpee tantas veces como pude la nariz contra un muro, hasta que empezó a brotar copiosamente; quedaban rastros de mi heroico acto, pero ni esto logró conmoverlos. Fui al baño a limpiarme y buscar confort para taponear mi noble acción, pero con algo de sorpresa –para mí-una de las invitadas me invitó a por unas líneas de cocaína. Sangrando y todo, accedí a tan grata invitación; limpie un poco mis fosas nasales e inhale profusamente.
Restos de sangre y coca. La mezcla perfecta, al parecer, porque al salir del baño la gente me empezó a mirar con otros ojos; sentía que pertenecía, ya no me sentía una pobrecita mortal, ahora era alguien, ya nadie me pasaría a llevar, ahora tenía la fuerza para luchar por mis ideales y de todos aquellos que me necesitaran. Entablaba conversación con todo el pabellón, me sentía dichosa, este sentimiento de pertenencia que me invadió era el regalo perfecto desde mi salida del analfabetismo; ahora me codeaba con las altas esferas, podía hablar de tú a tú con un magnate de las telecomunicaciones, y otras hierbas.
Desperté. Una torrencial lluvia nos invadió, había que recoger las cosas y marchar cuesta arriba, en donde el desborde del río no nos alcanzaría a nosotros ni a nuestras escasas pertenencias. Estábamos en camino, y yo, con un hambre que me obligaba a quejarme y volver al paradero, en donde brotarían las monedas por un favor, de esos acostumbrados.-